Hay un enemigo de nuestra salud que nos aguarda en todo instante. Es un disacárido, de color blanco, que se desdobla por hidrólisis en dos monosacáridos y que además de ser dulce, es soluble en agua y escasamente soluble en alcohol: Lo conocemos como el azúcar — nuestro “amigo” y el “amigo” de todos los niños.
El azúcar, que constituye más de una sexta parte de nuestra dieta normal, se empezó a utilizar hace unos 300 años.
Su aceptación fue lenta y pausada, desde que la caña de azúcar se trasplantara a Europa desde el Oriente. A nuestro continente hizo su llegada en el siglo XVI, traída (entre otras plagas) por los conquistadores españoles.
El azúcar carece en sí de todo valor nutritivo, aportando a la dieta nada de importancia, e interfiriendo con la asimilación de algunas sustancias que nos son indispensables.
Los dentistas (muchos de los cuales “premian” los niños con chupetas) son testigos del efecto deletéreo del consumo de dextrosa (componte de la sacarosa) en la formación de las caries dentales.
Los dermatólogos, también atestiguan (en sus pacientes) del efecto que ésta tiene en producir trastornos de la piel.
El azúcar, la obesidad y sus trastornos derivados son plagas de nuestra civilización — desenfrenada, cuando tiene que ver con el placer, libidinoso y erótico de comer.